La mayoría de los mexicanos es víctima de un optimismo desviado y perezoso, porque se admira al funcionario corrupto que sale impune, pues es don chingón, mientras se desprecia al honrado y honesto, porque lo consideran un pendejo.
El mexicano de medio pelo -las mexicanas no cantan mal las rancheras- muere por tener las parejas y el dinero de sus ídolos, pero se muestra incapaz de mover un dedo para conquistar el éxito gracias a su propio esfuerzo. Las películas de Ismael Rodríguez, las novelas de Jorge Ibargüengoitia y las crónicas de sociales de los medios impresos, muestran a esta pacata sociedad tal cual es, dispuesta a protestar de dientes para afuera, hasta en tanto no se afecte su percepción de la realidad y no disminuyan sus ingresos.
Esa parte de la sociedad que acepta con azoro y envidia, quizá más la segunda que el primero, el que cada sexenio se fabriquen nuevas fortunas, que los nuevos negocios de los ricos recién afincados en el comercio o en la industria, se creen fuera, sin importar que la impunidad de los delitos por ellos cometidos afecten al país en su totalidad.
¿Quieren nombres? Genaro García Luna, creador del monstruo de París, Florence Cassez, Ma Sahagún y sus baby face Bribiesca, el clan Zavala, protegido por Margarita, Ernesto Zedillo, Raúl y Adriana Salinas de Gortari, Napoleón Gómez Urrutia, Francisco Hernández Juárez, Rosario Robles, Elba Esther Gordillo, Carlos Romero Deschamps, Roberto Madrazo, Andrés Granier. La lista podría sobrepasar la capacidad de la imaginación más deseosa de justicia.
En los términos en que se conoce lo que sucede en Guerrero, al menos desde que Hermenegildo Cuenca Díaz decidió ganarse una candidatura a gobernador que no le dio tiempo a disfrutar, puede decirse que Ángel Heladio Aguirre Rivero nada tiene que ver con los vuelos nocturnos, con las fosas clandestinas, con la traición a Rubén Figueroa Alcocer, con la guerra sucia a la guerrilla, con la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, con el reguero de sangre que llega a Punta Diamante, a la Playa de la Ropa, a Atoyac de Álvarez, a Ciudad Altamirano, a Placeres del Oro, a Tlacotepec.
El gobernador en funciones es inocente, la culpable es la sociedad que ha permitido que los crímenes en contra de ella misma alcanzaran los niveles que hoy tienen, y ni siquiera haya reclamado a los dirigentes políticos y sociales que apuntaban a ser grandes, y terminaron venciéndose a su vanidad y sus ambiciones.
Seamos sensatos y honestos, la agresión a Cuauhtémoc Cárdenas no fue gratuita. Consta históricamente que se reunió con Carlos Salinas de Gortari.
